Te llamas Phineas Gage y hace 25 años que viniste al mundo. Corre el año 1848 y estás trabajando duro en la construcción del ferrocarril. Tienes, como todo el mundo, tus sueños. Quizás una pequeña casa con jardín en Vermont, donde tu mujer te esperase después del trabajo. Bromeas con ello con tus compañeros. Te respetan, eres capataz. Los chicos pasáis buenos ratos juntos. Alguna que otra vez la Taberna de Jim ha estado a punto de caer por las canciones, después de unas cuantas pintas. Según está el mundo, te dices a ti mismo muchas veces, no tienes mala vida, no te puedes quejar. Y sigues trabajando duro, está cerca la hora del rancho y quieres terminar de colocar las cargas en aquellas rocas cerca de la colina antes de comer.
Quizás por eso, por las prisas, te olvidas de colocar arena entre la polvora y la barra de hierro. Y al introducirla salta una pequeña chispa, la pólvora se inflama, explota, y la barra, de un metro de largo y 3 cm de diámetro, te atraviesa la cabeza limpiamente, entrando por la mejilla y saliendo por la coronilla, y aterrizando 30 metros a la izquierda de tu cuerpo inerte.
Unas horas después, te despiertas en casa del Dr. Harlow. Y la palabra es “milagro”. Vives de milagro. Es un milagro. No hay otra explicación. Y más de un siglo y medio después es probable que lo siguieran diciendo, aunque en ese momento tu no fueras consciente de ello. En dos meses, incluso te dan el alta médica. El susurro al verte por la calle vuelve a ser “milagro”. Tu también lo crees. Has perdido el ojo izquierdo, y has ganado ser conocido y una barra de hierro de un metro que guardas junto a tu cama. Incluso vuelves a trabajar.
Pero algo falta. Tienes la continua sensación de que algo se te ha perdido en el camino. Como cuando ibas a los recados de madre, y sabias que algo se te habia olvidado. Pronto te das cuenta de que lo que falla. No hay sonrisas. No hay sueños. Te has vuelto irascible, inconstante. No hay jardín en Vermont, no hay amigos cerca, sólo curiosos. Aquel cilindro largo y metálico que miras por la noche se llevo algo más que tu ojo. Y no puedes explicarlo. Muchos años más tarde, tu caso será estudiado por muchos médicos y científicos, y lo pondrán como demostración de que los humanos albergamos diferentes funciones en los lóbulos frontales del cerebro, relacionados con las emociones, con la toma de decisiones…. Claro que a ti todo aquello te hubiera sonado como los chinos que trabajaban contigo en el ferrocarril. Lo único que tu sabes es que eres incapaz de sonreir, de llevar a cabo ningun tarea más allá de unos pocos días, que tu mujer te ha dejado porque dices que ya no eres el mismo.
Lo único que sabes es que terminas en el circo, observado como un milagro por niños y madres que lanzan contra ti miradas asombradas y todas las sonrisas que tu jamás tendrás. Lo único que sabes es que a veces, cuando estás solo, tus dedos recorren los 100 cm de hierro intentando encontrar la manera de que te devuelva tus sueños, tu antigua vida. Esa vida que se llevó esa barra a la vez que tu ojo izquierdo.
Pero no volverá, y tan sólo quedará de ti una única foto, ceñudo y serio, agarrado al hierro que te marcó aquella mañana de septiembre. Eso y un montón de artículos en revistas ininteligibles, firmados por Señores con nombres compuestos y extraños, y en los que por ninguna parte aparecía la palabra “sonrisa”.
La historia de Phineas Gage en Wikipedia, y Fogonazos
Categorías:Historias a mi manera, Tercera
Una nueva historia que no conocía. La verdad es que, con sus salvedades, me recuerda a la cogida del torero Julio Aparicio.
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Como ya te he dicho alguna vez, me gusta tu manera de escribir.
Esta historia me ha dejado pensativa.
Y algo triste.
Saludos.
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Me has dejado flipada.. por la historia .. y por cómo la has enfocado..
me gusta mucho de tu forma de escribir que buscas el “background” de los “personajes”… lo que hace que sea más fácil entenderlos.. o cómo decía Atticus Finch, ponerse en sus zapatos…
la historia es muy curiosa, un milagro médico…. pero sobre todo… la pérdida de esa facultad… la que nos hace humanos y sociables…
besos y gracias por la lección de historia!!
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Podría ser una historia más de las muchas que pueblan la historia de los hombres, si no fuera porqué es una delicia como nos las cuentas.
Un beso.
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Esta historia ya la había leído pero con el toque adolfocosechero he tenido que volver a leerla pensado que no era la misma.
No sé cómo pero me ha venido a la cabeza Silvester Stallone que también perdió la sonrisa por otro “accidente”.
Un saludo Adolfo.
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Eres un espléndido narrador. Estupenda historia también.
Gracias por estos ratos.
Un beso
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NO tenía ni idea de esta historia, pero como ya te han dicho, contada por tí todo mejora.
Saludos.
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Con tu estilo inconfundible nos traes esta bonita historia que parece sacada de una revista científica.
Un saludo.
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No quiero restarle mérito al relato, que está llevado con buen pulso. Tiene su principal acierto en la elección del punto de vista. Mas creo, Adolfo, que deberías cuidar un poco más la expresión, pues una buena historia es mejor en un marco o recipiente impoluto.
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La historia la conocía, pero no deja de impresionarme al recordarla y además está el punto de vista que le das, más allá de la mera exposición de los hechos, haciéndola tuya.
Salu2
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